11.7.07

El ratoncito Pérez


Se mira en el espejo. Se baja el labio inferior con el dedo índice de la mano derecha. Confirma lo que se temía, la encía está cada vez peor. Está estropeada, medio muerta, no parece que el riego sanguíneo llegue a ella. El diente se mueve ligeramente. Sabe que es cuestión de tiempo, que no hay nada que hacer, que debería haber hecho caso al dentista cuando le dijo que tenía que volver a ponerse aparato porque un diente arrebatador podría acabar matando al de al lado. Ahora se acuerda de esa conversación, de esa dentista joven con cara de acelga que la trataba como a un objeto. Y de su rotunda negación a, otra vez, llevar aparato. “Ya se arreglará. Tendré más cuidado. Me lavaré más los dientes. Usaré la seda dental todos los días, como me dicen siempre” pensó. Pero no contó con su dejadez, con que no se iba a lavar más los dientes, con que no usaría la seda dental todos los días. Y la encía siguió muriéndose sin ella darse cuenta, el recuerdo de la dentista bloqueado, para poder disfrutar. Pero ahora ya no podía seguir apartándolo de su mente. Su diente había gritado pidiendo ayuda. Ahí está, móvil, moribundo, reclamando acciones inmediatas, deseando que se pudiera retroceder en el tiempo. La encía, rosada la parte viva, más blanca la parte muerta que ya ni siente, no va a cambiar su aspecto por arte de magia, por mucho que la mire y por mucho que lo desee. Tendrá que ir al dentista. Sabe lo que le van a decir. Tendrán que hacerle un puente. Le acabarán de matar el diente. Le recortarán la carne muerta. Una eutanasia. Sólo de pensarlo se muere del asco, de la angustia. Ella no quiere un puente. Quiere su diente, su encía, viva, llena de vida otra vez. ¿Por qué no haría caso a la dentista? Eso ya no tenía remedio. ¿Qué podía hacer? ¿Había algo que pudiera hacer? No, no había ninguna carta escondida, ninguna sorpresa agradable del destino. Es irremediable. No le queda otra opción que asumirlo. ¿Qué más da? Al fin y al cabo sólo es un diente, una encía. No se va a morir. Puede permitirse pagarse un punte aparente, realista. Seguirá masticando como hasta ahora, sonriendo, hablando. No tendrá un agujero en vez de diente. Y el diente falso, aunque más falso que Judas, hará su trabajo incluso mejor que el verdadero. No tendrá caries. No se estropeará. No perderá el esmalte. ¿Qué más dará? Se quedará sin un diente verdadero. ¿Y qué? No va a tener repercusiones en su vida salvo una ligera disminución de la cuenta corriente.

Se da la vuelta, piensa en lo que tiene que hacer ese día, en su novio, que sigue durmiendo en la cama, en lo bien que están. Sonríe.

1 comment:

Anonymous said...

y yo me pregunto, cuando te ponen un diente postizo.. ¿ hay varias tonalidades como en un tinte de pelo? O son todos blanquitos y cantan con los dientes naturales que suelen ser mas amarillos ( y no estoy hablando de gente con mucho sarro). Porque entonces si se notaría que es postizo aunque sea mas bonitos que los demás...ummmmmm.