24.10.07

Here she comes


Hay una personita muy simpática que hace apenas dos meses se compró una perrita muy mona y muy pequeñita a la que llamó Matilda. La pobre estuvo a punto de llamarse Buffy, en honor a Buffy CazaVampiros, pero afortunadamente entró en razón (la dueña) y tras intensas deliberaciones eligió el nombre que su cuñado hubiese querido para su hija. Matilda es monisísima e ideal pero es un poquitín histérica. Es capaz, a pesar de su pequeño tamaño, de correr, ladrar, saltar y morder como si en la habitación hubiera diez perros en vez de uno.

El intenso carácter de Matilda no se ve favorecido por las sustancias psicotrópicas que su dueña va dejando por la casa. La perrita encuentra su olor interesante y no puede sino comerse las piedrillas que la personita simpática en plena euforia de simpatía se deja encima de la mesa. Le ha encontrado el gustirrinín Matilda a eso de levitar.

No ha pasado una vez. Ni dos. Ni tres. Ya van cuatro piedrillas que la perrilla se come y disfruta, después, tirada en el sofá, como si estuviera en un fumadero de opio. Tal es el gusto que le ha cogido que la última vez ha tenido incluso que abrir una caja para llegar a volver a probar la adorada sustancia. Que empiece a preocuparse la dueña ya que Matilda va a ser capaz incluso de utilizar la pértiga o aprender a abrir puertas ahora que conoce el secreto de la evasión de este dificultoso y cruel mundo.

Ahora a la perrita se le caen los dientes. Y muerde más que nunca. Cuando la jefa de la casa vio el primer dientecito tambalearse en la encía pensó que quizás estaba siendo muy mala dueña. Así que bajó corriendo al parque en busca de sus compañeros de paseos para preguntar si era normal que su perrita perdiese los dientes. Sí, era normal. Son dientes de leche y los tiene que cambiar. Parece ser que ha perdido ya todos los de abajo y arriba tiene algunos huecos dándole un aspecto de perra avejentada.

Pero ella, mona igual con la boquita cerrada, sigue llamando la atención por la calle, allá por donde pasa, incluso por su olor.

”¡Oh, qué perrita más mona!” le dicen por la calle. “!Y además huele muy bien! ¿Qué le echas? ¿Champú de fresa?”

La dueña sonríe y responde que no sabe mientras se jura a sí misma que no volverá a darle yogur de fresa para comer cuando se le vuelva a acabar el pienso.

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