29.10.07

The news





Me consternan las noticias de la tele en muchas ocasiones. Teniendo en cuenta la cantidad de mundo que hay y la cantidad de cosas que pasan es impresionante que una de las noticias en un espacio de treinta minutos sea la existencia de un mero de cuarenta años llamado Pancho en una zona que no recuerdo de Canarias al que van a ver muchos turistas y que por la simpatía que despierta ha conseguido que en muchos restaurantes de la zona se haya retirado a su familia de la carta (¿¿¿???).

Pero peor son las noticias que deberían ser más noticia y que aparecen como anécdotas. Hoy ha salido un pobre cantante que tendrá que pagar una multa de prácticamente quince mil euros por haber dicho en un concierto que los miembros de la familia real son parásitos. Parece ser que es una injuria. ¿Una injuria? ¿Cómo va a ser una injuria utilizar una metáfora (por muy burra que sea) para expresar la opinión de que las arcas del Estado (que somos todos nosotros) están pagando un dinero no justificado a una institución totalmente anacrónica? Lo peor es que en ningún momento los periodistas que han redactado y contado la noticia se han planteado que este juicio es una afrenta gravísima contra la libertad de expresión. Me resulta igualmente pasmoso que en todos los medios de comunicación los que quemaron las fotos de los reyes hayan sido catalogados como radicales. ¿Por qué ha de ser un radical quien afirma ser republicano mediante un gesto contundente? ¿De verdad les resulta a todos los políticos y periodistas tan raro que a estas alturas de la evolución y la democracia haya gente que no esté de acuerdo con que haya un cargo hereditario?

Y lo más curioso todavía, el gran Jaime Peñafiel se atrevió a decir en la contraportada de Crónica de EL MUNDO de la semana anterior a la pasada que una mujer que ha estado con – creo que eran – ocho amantes es un poquito ligerita de cascos. ¿Pero no se supone que un periodista debería estar un poco al día de lo que ocurre por el mundo? ¿No es consciente de que según su regla la mayoría de la sociedad actual sería promiscua? ¿No se da cuenta de que la igualdad llega hasta la cama? ¿No es capaz de ver que nadie debe ser cuestionado sobre su vida privada si no hace daño a nadie? Y, sobre todo, ¿no se da cuenta de que su rancia opinión moral nos importa un bledo?

24.10.07

Here she comes


Hay una personita muy simpática que hace apenas dos meses se compró una perrita muy mona y muy pequeñita a la que llamó Matilda. La pobre estuvo a punto de llamarse Buffy, en honor a Buffy CazaVampiros, pero afortunadamente entró en razón (la dueña) y tras intensas deliberaciones eligió el nombre que su cuñado hubiese querido para su hija. Matilda es monisísima e ideal pero es un poquitín histérica. Es capaz, a pesar de su pequeño tamaño, de correr, ladrar, saltar y morder como si en la habitación hubiera diez perros en vez de uno.

El intenso carácter de Matilda no se ve favorecido por las sustancias psicotrópicas que su dueña va dejando por la casa. La perrita encuentra su olor interesante y no puede sino comerse las piedrillas que la personita simpática en plena euforia de simpatía se deja encima de la mesa. Le ha encontrado el gustirrinín Matilda a eso de levitar.

No ha pasado una vez. Ni dos. Ni tres. Ya van cuatro piedrillas que la perrilla se come y disfruta, después, tirada en el sofá, como si estuviera en un fumadero de opio. Tal es el gusto que le ha cogido que la última vez ha tenido incluso que abrir una caja para llegar a volver a probar la adorada sustancia. Que empiece a preocuparse la dueña ya que Matilda va a ser capaz incluso de utilizar la pértiga o aprender a abrir puertas ahora que conoce el secreto de la evasión de este dificultoso y cruel mundo.

Ahora a la perrita se le caen los dientes. Y muerde más que nunca. Cuando la jefa de la casa vio el primer dientecito tambalearse en la encía pensó que quizás estaba siendo muy mala dueña. Así que bajó corriendo al parque en busca de sus compañeros de paseos para preguntar si era normal que su perrita perdiese los dientes. Sí, era normal. Son dientes de leche y los tiene que cambiar. Parece ser que ha perdido ya todos los de abajo y arriba tiene algunos huecos dándole un aspecto de perra avejentada.

Pero ella, mona igual con la boquita cerrada, sigue llamando la atención por la calle, allá por donde pasa, incluso por su olor.

”¡Oh, qué perrita más mona!” le dicen por la calle. “!Y además huele muy bien! ¿Qué le echas? ¿Champú de fresa?”

La dueña sonríe y responde que no sabe mientras se jura a sí misma que no volverá a darle yogur de fresa para comer cuando se le vuelva a acabar el pienso.

9.10.07

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La muerte me vino a ver. Yo la miré a los ojos y no la reconocí. Pensé que simplemente sobrevivía y en realidad me moría. Ahora que soy consciente me asusto. Por lo que podía haber pasado y, afortunadamente para mí, desafortunadamente para mis enemigos, si los tuviera o tuviese - algo que desconozco - no pasó.

La recuperación todavía dura. Alguna molestia aquí. Alguna cosita por allí. Pero ya he visto la luz al final del túnel y de hecho no hago más que soñar con ese momento en que mi vida esté otra vez llena de arcoiris y de color. Los recuerdos del hospital ya incluso me provocan sonrisas y risas.

A la primera enfermera que me dijo que me levantara quise eliminarla. ¿Cómo iba a levantarme si me moría del dolor? No me dejó regodearme y me obligó, a pesar de mi furibunda mirada, a poner un pie en el suelo, luego el otro, y como una ancianita a punto de cascar, a andar cuatro pasos hasta el horrible sillón de cuero rojo.

Al día siguiente me querían quitar la sonda.

“¿La sonda? ¿Cómo que me van a quitar la sonda? Si me quitan la sonda me tendré que levantar para ir a hacer pis y sufrir tanto como esta mañana. Creo que la sonda y yo podemos seguir juntas.”

Al día siguiente vino lo peor. Querían que me duchara yo misma. Que me sostuviera con mis propias piernas y pies durante cinco minutos y sin ningún tipo de ayuda en una mini-bañera llena de dolor. Sólo de pensarlo me entraban ganas de llorar sin parar, de gritar y pedir un poco de respeto a mis derechos humanos.

Pero ellas, las enfermeras, me miraban a veces con sorna, otras con pena y otras desafiantemente cuando compungida y abrumada les preguntaba cuándo iba a empezar a ser persona, cuándo se terminaría aquél calvario.

Para ellas yo era el pan de cada día. Una paciente tras otra, tras otra y tras otra preguntando siempre lo mismo, pensando que su dolor es único, que nadie las comprende, que la humanidad no les había avisado de tan horrible consecuencias de esa operación. Hartas debían estar ya de tantas quejas todas las enfermeras y médicos cuando mi mal me sobrevino.

Pero a pesar de todo, aunque exigentes y marimandonas, siempre fueron amables y cariñosas y no pude más que dar las gracias cuando por fin me dieron el alta y yo todavía pensaba que el mes que me quedaba por delante iba a ser un infierno.

Pero poco a poco la vida me va abriendo sus brazos, me besa, me da la bienvenida, me susurra palabras de ánimo al oído. Y yo le digo que muchas gracias por dejarme quedarme aquí, que no la defraudaré, que seguiré viviéndola tan intensa y apasionadamente como siempre. Si se puede, aún más.